Lugar: La PENSIÓN de las PULGAS
Dirección y versión: Marta EGUILIOR
Soprano: Paula MENDOZA
Piano y dirección musical: Carlos CALVO
Arpa: Alberto MASCLANS
Escenografía: Alberto PURAENVIDIA
Vestuario y fotografía: María ALBA
Asistentes: Sabrina de la Rosa y Ana de Nevado
La voz humana resulta ser un ejemplo de total integración de escena, música y texto. Cada gesto, cada palabra, cada respuesta de la orquesta, conforman un monólogo que explora el alma de la protagonista.
La verdad es que la directora y versionadora Marta Eguilior ha jugado (y se la ha jugado) fuerte en esta ópera «de cámara», tanto porque la ha adaptado al íntimo espacio del salón más grande de La Pensión de las Pulgas, en donde apenas caben ahora treinta personas, sacando, además, al único personaje, «ella» del habitual salón de casa a un espacio exterior en donde hay una cabina de teléfono. La otra apuesta es la adaptación al castellano, con los consiguientes problemas de traducir sin traicionar un texto literario del francés de tal forma que no pierda ni su coherencia ni su ajuste a la melodía.
Probablemente como ópera sea mucho menos susceptible de adaptación que como obra de teatro, ya que hay que mantener las conversaciones con la operadora, el sonido del timbre del teléfono o los «cruces de línea» que, hasta hace tan poco, eran bastante habituales. Y así, Marta Eguilior en su versión en castellano del texto de Cocteau se ha permitido pocas variaciones en el vocabulario que utiliza, con ejemplos anecdóticos como «Diazepan» (que no existía en 1959) en lugar de «pastilla», que sería la traducción literal del original, pero aún así, no disminuye la armonía entre texto y melodía del original francés.
Como dije un poco antes, el hecho de que Marta Eguilior decidiera sacar al exterior al personaje no resta un ápice de intimidad a la ópera, que está perfectamente acompañada tanto por la elegante escenografía de Alberto Puraenvidia, como por la iluminación de José Martret, que envuelve y realza sutilmente cada uno de los gestos y sentimientos de Paula Mendoza a medida que se va hundiendo más y más en la depresión amorosa.
Es, sin dudarlo, muy valiente esta ópera, que con la cercanía y, además, la traducción al castellano hace entendible lo que se dice, que es algo tan «manido» como es el final de una relación amorosa desde el punto de vista de la abandonada. Esta situación, además, se cuenta desde la frialdad de que ocurre en una conversación telefónica con todos los problemas tecnológicos aparejados a la época en la que tiene lugar (finales de los 50 del siglo XX). Todo ello, insisto, unido a que tiene lugar a centímetros del público, sin la protección de la distancia, haría muy fácil que cayera en el ridículo si no fuera por el buen hacer tanto como cantante y actriz de Paula Mendoza, que es capaz de mostrar y reflejar todos y cada una de las sutilezas de los sentimientos de su personaje, desde los intentos de mantener un mínimo de dignidad intentando ocultar su desesperación en respuesta a su amante, como los enfados con la operadora, o su rencor. Si ya es difícil sostener un monólogo, más lo es cuando encima es cantando, en donde Poulenc ideó una partitura atenta a la expresión de la palabra.
La música da al texto de Jean Cocteau esa profundidad dramática esencial. La protagonista de La voz humana canta la conversación con su amante y el efecto del canto no es realista, pero tiene un fuerza simbólica que explica muy bien la razón por la que Cocteau consideró su obra verdaderamente completa gracias a la música. No se trata sólo de divertirnos con el canto como ocurre en los musicales, apenas hay espacio para abandonarnos al lirismo de la ópera, sino que a través de la música seamos capaces de sentir ese drama en su valor más profundo.
La voz humana tiene un protagonista ausente, el amante, presente en la obra virtualmente a través del teléfono. El teléfono se convierte en un símbolo de la soledad y el abandono. Cocteau captó muy bien como ese nuevo artilugio de la comunicación simbolizaba precisamente la soledad de la sociedad contemporánea que ha encontrado en nuestro tiempo nuevos inventos tecnológicos para acompañar la soledad y que, probablemente, sólo contribuyen aún más a enaltecerla. Ese amor romántico acaba por ahogar a su protagonista, literal y metafóricamente, simbolizado por el cordón telefónico que la envuelve en forma de tela de araña, rodeando la cabina primero y su cuello después.
Esta adaptación al espacio camerístico del salón de La Pensión de las Pulgas, que nos sumerge en ese espacio, exterior pero claustrofóbico, del subconsciente de la protagonista en una envolvente niebla y acompañada magníficamente, además, con el piano de Carlos Calvo y el arpa de Alberto Masclans merece mucho la pena, tanto para los amantes de la ópera como para los del teatro. Además, no dejan de asombrarme las posibilidades escenográficas que Alberto Puraenvidia es capaz de extraer de esta pensión que, en sus manos, parece una caja de magia.
Esa cabina de la escenografía de Alberto Puraenvidia me recordó al homenaje de Pedro Almodóvar a la obra de Cocteau que es Mujeres al borde de un ataque de nervios, que incluyo aquí como vídeo final.
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